viernes, 22 de marzo de 2013

La guerra terminó


Duerme,
mi pequeña

Voy a salir
por ahí ahora
tras la aurora
 más serena

Chico Buarque
(Acalanto para Helena)


La espera siempre es inquietud, y la cuenta de los días para el momento tan anhelado llena de preguntas, planes, proyectos. Mi espera se prolongó nueve días desde que firmamos el nuevo convenio, hasta el sábado en que mamá se comprometió a llevarte al parque donde acordamos que nos veríamos.

Pero no llegó.

Y yo repasé lo que imaginaba con emoción creciente antes de esa mañana: te veía más larga, más bonita de como le decías a la psicóloga que eres, tal vez curiosa y desconcertada a la vez conmigo, mirándome a los ojos de vez en cuando, buscando la aprobación de mamá para acercarte a mí, y en algún momento un beso, un abrazo suave para decirte cuánto te amo. Un nuevo comienzo, un reencuentro… el más importante de mi vida.

Hacía frío. Tus tíos Iván, Jair y yo estuvimos de acuerdo en que ésa era una buena justificación para que mamá no te llevara. Me acompañarían nuevamente el domingo.

Primera lección

Esa tarde, escribí mi decepción en Facebook, dije que estaba preparado para el plantón, pero que a pesar de eso, nada me detiene; como respuesta, recibí muestras de apoyo de amigos y familia, más una observación muy certera de Paty: “Nunca te prepares para esto. Nunca te prepares para que salgan las cosas adversas. Por ej. Si alguien va a la batalla, nunca se prepara para perder, se prepara y entrena para ganar o nadie se prepara para reprobar un examen, se prepara para pasarlo, ¿qué no?... De ser así, ya va predispuesto a perder o reprobar, y seguramente, lo hará. Es muy diferente tener un plan B o alternativo”.

Tal vez me concentré demasiado en la posibilidad de que mamá hiciera lo mismo que ha hecho durante todo este tiempo, como si lo invocara.

El domingo me levanté temprano nuevamente. Estaba un poco cansado de tanto cantar, brincar y bailar: el día anterior Daniela y yo lo pasamos increíble en el Vive Latino. Sin embargo, me sentía con mucha energía, así que me alisté, desayuné contento, me puse los audífonos y me llevé la canción que terminó la noche anterior, una que pertenece a la banda sonora de mis veintitantos:

Tender is the night
Lying by your side
Tender is the touch
Of someone that you love too much
Tender is the day
The demons go away
Lord I need to find
Someone who can heal my mind

Come on, Come on, Come on
Get through it
Come on, Come on, Come on
Love's the greatest thing
That we have

En el camino iba pensando en la sesión tan intensa que tuve con Paty unos días antes. Fue como si llevara un enorme costal de donde saqué una piedra tras otra, hasta dejarlo vacío e inútil. Es muy difícil resumir lo que hablamos, pero básicamente hubo tres puntos fundamentales: uno, estoy harto de la guerra con mamá; dos, me he reprimido mucho el disfrutar la vida, como si en tu ausencia fuese casi un pecado ser  feliz; y tres… el más duro… si fuera por tu bien, ¿estaría dispuesto a dejar de pelear por ti, con tal de protegerte de esa guerra entre mamá y yo? ¿Estaría dispuesto a liberarte de mi necesidad de ser padre?

La respuesta es sí. Aquella ocasión en que casi me lío a golpes con el novio de tu tía, tuve la lucidez suficiente para retirarme, porque me negué a que presenciaras una escena extrema; ya era demasiado con los gritos a media calle y la tensión que generó el instante. El primer deber de un padre es proteger a sus pequeñ@s. Por lo tanto, si debo sacrificarme por tu bien, estoy dispuesto a hacerlo.

Segunda lección

Al salir de su consultorio, recordé la última vez que puse mis pies en la arena y el mar, una tarde en la que te llevé de la manita cuando apenas empezabas a caminar para que vieras esa inmensa belleza. Nos quedamos los dos de pie mirándolo, tú absorta y yo preguntándome qué pasaba por tu mentecita, sintiendo por primera vez la brisa marina, el romper dulce de las olas en la playa y el sol comenzando a caer. Fue mi regalo para ti. Desde entonces no he vuelto a pisar el mar con esa profunda alegría.

El domingo tampoco te llevó mamá. Pero yo no estaba furioso como lo estuve en muchas ocasiones durante los tres años pasados. Ya no estoy enojado con mamá, eso también es liberador; la guerra entre nosotros terminó. Entonces hablé con tus tíos sobre el plan B.

Esa tarde, Dani y yo fuimos de nuevo al festival y lo pasamos mejor aún que el día anterior. He aprendido que disfrutar la vida también es construir para ti un hogar lleno de amor, a donde puedas llegar cuando lo necesites. Hay una canción que me gusta muchísimo que se llama “Siguiendo la luna”: la coreé a todo pulmón, pensando en cuánto te gusta esa luz, en las veces que la veíamos juntos, como hechizados por su hermosura. Eso me hizo feliz.

Hoy se cumplen tres años de la última vez que estuvimos juntos. Tres años en los que no he dejado de buscarte.

Ya dije que estoy dispuesto a sacrificarme por ti, que estoy dispuesto a soltar mi necesidad de ser tu padre, dejarte libre, porque l@s hij@s no nos pertenecen, porque no son objetos, sino personas a quienes tienes el privilegio de preparar para que tomen su propio camino al crecer; que cometerán sus propios errores y tendrán sus propias dificultades, pero también su propia dicha. Los padres somos responsables de enseñarles a enfrentar los desafíos y a buscar la felicidad.

Hace tres años que yo no tengo tal privilegio, porque me lo han arrebatado.

Eso no significa que esté dispuesto abandonarte. Seguiré adelante ante los tribunales, porque defender mis derechos como hombre y ciudadano es también una forma de dejarte una herencia, aunque hoy no la conozcas.

La guerra terminó. El camino es largo.

Te ama,

Papá
 


lunes, 11 de marzo de 2013

Contra el veneno



Hay hombres que luchan un día
y son buenos.
Hay otros que luchan un año
y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
ésos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht

Hijita:

Después de casi tres años, mamá y yo nos encontramos. Tuvimos que hacerlo ante un juez, pero por fin lo conseguí. La experiencia fue intensa. La conclusión, que firmamos un nuevo convenio.

Mamá insistió durante todo momento en que ella nunca me impidió verte, como una manera de protegerse tras un escudo bastante endeble construido por su abogado. Yo me sostuve firme, y como le dije, no llevaba ninguna intención de pelear, sino de buscar la manera de resolver nuestros problemas y recuperarte.

Fue una discusión larga, en la que repetía una y otra vez ese mismo argumento, hasta que lo disolví: “Si tú no lo dices, lo voy a decir yo: señor juez, la principal justificación de la señora para impedir el contacto entre nuestra hija y yo, fue que me denunció ante la Procuraduría General de Justicia por un delito que no cometí”.

Con la sorpresa en la cara, el juez preguntó de inmediato “¿Es eso cierto, señora?”; ella respondió “¡Yo te di la oportunidad de explicarme lo que pasó y tú me insultaste y te escondiste!”; yo reviré sereno “Eso no es cierto y tú sabes que puedo comprobarlo”. “A ver, señora, ¿es cierto que usted denunció al señor, sí o no?”, “Sí, es cierto”, “¿Y cuál fue el resultado?”, “Los psicólogos dijeron que mi hija está de maravilla, que no le pasó nada”. “Ah, ¿entonces no hubo acción penal contra usted, señor?”, “No, no la hubo, señoría”.

“Señor, usted debe estar consciente de que la señora está en su legítimo derecho de proteger a su hija, aunque se haya equivocado; señora, el señor tiene derecho a convivir con su hija, porque ella los necesita a los dos para crecer sanamente y ser una persona de bien. Si el caso se cerró y el dictamen indicó que la niña está bien, quiere decir que pueden llegar a un acuerdo”.

“Yo estoy dispuesto a cerrar este capítulo y empezar de nuevo, ¿tú estás dispuesta?”, dije mirando a mamá directo a los ojos, tratando de conectar con ella, de decirle que estoy listo para confiar. Ella me miraba con desconcierto, enojo, miedo, inseguridad, pero replicó “Sí, estoy dispuesta”.

Sinceramente, aún me siento escéptico. He visto tantas historias parecidas a la nuestra, que hasta que tú y yo podamos vernos a los ojos una vez más, empezando a reconstruir nuestra relación, estaré confiado. Cuento las horas para ese reencuentro que fijamos para dentro de unos días.

Al final, lo que vi en los ojos de mamá, me habló de una persona confundida, tal vez atrapada… ¿en qué? No lo sé. Pero vi que realmente estaba dispuesta a recomenzar.

El problema es que muchas veces las circunstancias se convierten en torbellinos que arrastran la mejor voluntad. Pienso que quizás ése sea el caso de mamá, y que es prisionera de esa espiral violenta que forman su rencor no resuelto, la presión errónea de su familia y la mala ayuda de su abogado.

El juez nos lo advirtió: “Ustedes están aquí sin sus abogados para llegar a un acuerdo. La responsabilidad de ellos es ayudarlos a establecer buenos acuerdos, no envenenarlos. Ustedes son quienes deciden por el bien de su hija, no sus abogados”.

Cuando salimos de la oficina del juez y nos sentamos para firmar el nuevo convenio, su abogado buscó en todo momento inmiscuirse, no para aportar algo por tu bien ni para resolver de una vez por todas este enredo, sino para sentir que ganaba un caso. Él ha inyectado demasiado veneno desde hace cuatro años.

Ojalá mamá encuentre el antídoto en el fondo de sí misma, para que pueda liberarse de esa vorágine, de ese torbellino que le impide ver que por tu bien y el suyo propio, está ante la oportunidad de resolver sus problemas conmigo.

En todo caso, estoy bien preparado para lo que sea. Mi amor, como mi perseverancia, no tiene fin.

Siempre por ti,

Papá