miércoles, 30 de abril de 2014

Tus ojos



Cuando un camino se sigue
o se elige o se encuentra, es el único:
toda fuga es vana
cuando las alas están maduras
cuando las palabras llegan en bandada
a picotearme las manos.

Es así que me gasto la vida:
pongo en juego los ojos, la piel, la risa;
me basta si quedan los huesos
para fertilizar la tierra.

Como única bandera una canción de amor
y si después sólo quedan las palabras
(o el amor) es suficiente.

Rebeca Jaramillo

Hay cosas que permanecen con el paso del tiempo. Son las pequeñas cosas que nos hacen reconocer a nuestros seres queridos, aun cuando por cualquier razón hayamos estado lejos de ellos. Puede que los encontremos distintos, pero siempre están ahí en un gesto, en una sonrisa, en una palabra, en una forma de hacer silencio.

Comparten algo en común con los sitios que rodean nuestra vida cotidiana, que también han visto nuestros padres y nuestros abuelos y los suyos antes. Tienen forma de constelaciones, de montañas, de árboles cuya edad nadie conoce con certeza. Ellos le dan identidad a los lugares donde crecemos y, al mismo tiempo, nos orientan, sin la necesidad imperiosa de un mapa: gracias a ellos ubicamos los cuatro puntos cardinales.

Cuando regresamos de un viaje corto o largo, la sensación es la misma (a veces más intensa): al verlos, sabemos que hemos vuelto a casa. El paisaje tiene un impacto sobre la emoción y también sobre el cuerpo; el vértigo es igual a las ganas inmensas de contar lo que hemos visto durante el tiempo que estuvimos lejos. Uno quiere mostrar lo que ha traído consigo cuanto antes.

Algo así encontré después pasar contigo nuestro primer par de horas en cuatro años: escuchar el timbre de tu voz que conserva su melodía ligera como de viento fresco, mirar tus expresiones que han crecido guardando la espontaneidad de los años en que comenzaba a expresarse tu carácter.

Has cambiado mucho desde aquella tarde en que nos vimos hace cuatro años y me sorprende cuánto has crecido. Mientras te veía jugar, platicar, reír, descubría lo que permanece, porque la raíz y el tronco de un árbol son los mismos, sólo van desarrollándose con el paso del tiempo.

Y tus ojos siguen hablando como lo hacían cuando aún no articulabas palabras. Te mostré la foto que llevo como carátula en el celular y te miraste sorprendida “Estaba bien bebé”, dijiste. Me dio ternura tu frase, porque en aquellos días siempre decías “Ya no soy una bebé, papá, soy una niña grande”. Tú misma viste cuánto has cambiado; y te reconociste porque tu sonrisa es la misma.

Quienes iban contigo te dijeron que no te conozco, pero eso no es cierto: eres tú quien no me conoce. Por eso escribo estas palabras, por eso voy dejando mi huella para que sepas quién soy.

No tengo idea de cómo queden en tu memoria esas primeras horas que compartimos después de estos cuatro años. Sólo sé que vas a recordarla como nuestro día.

Yo nunca olvidaré tus palabras, las tuyas y las que te han impuesto. Porque te conozco, sé bien cuando hablas tú y cuando hablan en tu voz quienes siguen aferrados a una convicción atroz, que me transforma en un ser que nada tiene que ver conmigo.

En los momentos más difíciles y tensos, atrapada en la cerrazón adulta, tu mirada me hablaba de miedo, de confusión. Debes recordar lo que te dije: cuando crezcas entenderás mucho de lo hoy está pasando.

Un día, los hijos se convierten en jueces de sus padres. Es fácil hacerlo: el verdadero reto es juzgarlos con justicia. A partir de ahora, veo que vas a crecer con una idea equivocada de mí. Si quienes la han sembrado nunca han querido dialogar conmigo para convencerse de lo equivocados que están, será tu tarea buscar las respuestas en el lugar correcto, es decir, con tu padre al que han convertido en un monstruo. Sólo así podrás juzgarme bien.

La vida es un viaje difícil. Tomamos decisiones constantemente,  nos equivocamos, nos caemos y tal vez nos queden cicatrices, como recuerdo del dolor, pero no podemos dolernos para siempre; hay que seguir adelante.

De esa misma manera se va definiendo lo que dará sentido a nuestra vida, la vocación, el camino. Tal vez ni siquiera podamos describirlo con precisión, pero lo identificamos.

A veces, al escribirte, no sé si hablarle a la niña que eres hoy o la joven o la mujer que un día serás, así que sólo dejo que mi amor de padre te hable en todas tus edades.

Ante tus ojos, dejo estas señales para que encuentres en ellas a tu padre real, a mí, cuando puedas despertar.

Te ama,


Papá