jueves, 25 de julio de 2013

Las manos vacías



Baja tu mirada,
luna hermosa,
e ilumina esta escena

Walt Whitman

Corazón:

Una niña va de la mano de su padre, caminando hacia mí. Por un segundo, te veo en ella. Mientras siento esa humedad que se agolpa en los ojos, no me queda más que sonreír ante la escena con una mezcla de ternura y melancolía.

Recuerdo cuando te llevaba así, de la manita, y despertábamos esas miradas dulces en la gente que se cruzaba con nosotros, mientras me platicabas sobre los juegos de ese día con Marifer, Zared y tus demás amigos, bailando al ritmo de alguna canción que tarareábamos juntos, aprovechando cualquier escalón para brincar con mi mano en la tuya y sentirte así como una intrépida exploradora que puede llegar a cualquier altura.

Una niña, un niño de la mano de papá o mamá es una imagen sin tiempo ni lugar, un símbolo que pertenece a todos los seres humanos. Significa guía, vínculo, protección. Es como la extensión de la vida y otra forma de recibir la identidad. Es uno de los primeros actos que da a los hijos la confianza necesaria para cruzar una calle, un río o cualquier lugar: para ir siempre adelante.

Sé que a otras personas que pasan por esto les sucede algo parecido: pueden ver de pronto a sus hijos en otros chiquitos… siempre me pregunto por qué y mi mejor respuesta es que son los ojos del amor los que nos hacen soñar despiertos con nuestros niños, ver sus caritas sonrientes en las de otros pequeños.

En esos momentos, siento un estremecimiento en los dedos y la palma, los abro, los miro. Mi mano está vacía.

Cuando llevo así a Enrique, mi corazón palpita por cuidarlo, ayudarle a crecer y convertirse en un buen hombre. Y al mismo tiempo me duele profundamente que la otra esté llena de tu ausencia.

Por eso decidí que tengo que hacer algo, por eso Daniela y yo nos hemos unido a otras personas para luchar juntos. Cada quien con su experiencia, sabe que algo puede aportar. Y cada quien tiene una historia que contar.

Sergio se debate entre el profundo enojo, las ganas de perdonar y el darle cauce a su tremenda energía. Anabella no se rinde ante nada, aunque deba viajar kilómetros para ver a sus niñas. Nelson hace todo lo que está a su alcance por estar con su hijo, no importa cuántos obstáculos le pongan. Ariana se da el chance de sonreír para enfrentar con la mejor vibra el proceso. Ernesto busca en todo momento la manera de reconstruir la relación con su hijo recién recuperado. Sara va de un lado a otro para ayudarse, ayudar a otros y ayudar a su pequeña a regresar. Juan Carlos mira con melancolía, me atrevo a decir que es quien ha pasado la peor prueba, pero nada le arrebata la dignidad ni el objetivo de encontrar a su hija.

Son apenas unas cuantas vidas, pero somos muchos más. Edgar, Ruth, Alfredo, Norma Patricia, Iram... Nos hemos encontrado con tantas personas que también conocen perfectamente el coraje, la tristeza, la indignación. Todos sabemos cómo se siente que los juzgados hagan más lentos aún los procesos, que otras instituciones te rechacen e incluso se rían de ti, que la gente que ignora este problema te juzgue, que las exparejas hagan todas las trampas que quieran, que nos acusen de cosas monstruosas y se ufanen de su impunidad.

Pero más allá de eso, creo que compartimos de alguna manera una preocupación: el daño principal se le está haciendo a nuestros hijos. Yo, por ejemplo, me niego a que crezcas con una idea equivocada de mí, que hagas lo mismo que me han hecho o que te hagan pasar por lo mismo que estoy pasando. Si bien hay que cosas que están fuera de mis manos, hago las que sí lo están, aportando trabajo e ideas.

Dos años atrás, cuando comencé a levantarme, encontré un blog que inspiró esta bitácora. Hace unos meses conocí a su autor: Sergio. Juntos, hoy buscamos la manera de conjuntar a más personas que también tienen las manos vacías de aquellas otras que habitan su corazón.

Miro de nuevo a ese padre y a su niña. Ahora lo entiendo. Tu mano está en la mía.

Te ama,

Papá