–¿Qué pasaría si yo me perdiera?– Le preguntó María.
–Te buscaría–. Respondió Max, su padre.
–¿Qué pasaría si me estuviera ahogando?
–Te rescataría.
–¿Qué pasaría si me enfermara?
–Te curaría.
–¿Qué pasaría si tuviera mucho frío?
–Te conseguiría un abrigo.
–¿Qué pasaría si no pudieras protegerme?
–Me sentiría muy mal.
En ese momento, los ojos de Max
se llenaron de lágrimas.
Una gota gorda, inmensa,
salada y reluciente cayó de su ojo.
Juan Villoro
I
Entro a la oficina del juez donde hay sillas dispuestas en
media luna. Tomo asiento en la que está justo en medio. He sido el primero en
llegar y observo que hay mucha tranquilidad alrededor. La luz que entra por los
ventanales es más clara, serena, como si mostrara que todo está limpio para lo
viene.
Poco a poco llega más gente. Algunos hombres, algunas
mujeres, vestidos todos de manera muy formal. Solemnes pero amables. Distantes
pero atentos. Todos conversan entre sí y todos me saludan al llegar; yo
respondo gentil, con un movimiento de cabeza sin mediar palabra.
Dejo claro que mi silencio taciturno se debe a la espera, a
la preparación para lo que viene. Ellos lo entienden y lo respetan. Ahora que
sé que nadie intentará conversar conmigo, trato de pensar, pero solo siento un
vértigo que se convierte en imágenes de tantos momentos contigo: tu llegada al
mundo, tus ojos en los míos, los arrullos, las risas, los momentos difíciles.
Cuando me doy cuenta, ha llegado más gente. Tanta, que
delante de mí han puesto otra fila de sillas. Hay un barullo que termina cuando
entra por último el juez. Todos toman asiento callados. “Estamos listos. Ahora
sí pueden traer a la niña”, ordena.
Pongo la mirada en la puerta de cristal translúcido. Tengo
mi corazón en los ojos, que laten muy rápido. Estoy expectante, feliz,
temeroso. No sé qué esperar. Lo que viene ha llegado acompañado por ti.
Entras curiosa, traes en los brazos un peluche, como si
trajeras a un amigo para que te haga compañía entre tanto desconocido. Yo te miro
y la emoción me deja mudo. Mientras, tú vas con ese paso ligero tan tuyo, de
pronto de puntitas, erguida y buscando entre todas las caras una sola. Sin
poder hablar, veo cómo pasas entre todos. Hasta que me encuentras.
Y sin más te echas a mis brazos, te aferras suave pero firme
a mi cuello, mientras hundes tu carita en mi pecho. Yo te abrazo y te digo “Te
amo, hija, te amo”, “Y yo a ti, papá… te extrañé mucho”, “Ahora estamos juntos
de nuevo, mi vida”. Luego, ambos nos quedamos callados, sin soltarnos.
II
Ante mí está un lago que tiene la extensión de la Ciudad de
México. Está rodeado de un bosque muy tupido. El cielo azul se refleja en el
agua. No hay nadie más conmigo y dejo que esta belleza me envuelva, como lo he
hecho a lo largo de mi vida cada que estoy en su presencia.
Entonces, una voz interior me dice que debo ir a la otra
orilla del lago, donde está mi destino.
III
Abro los ojos al nuevo día. Me preparo como puedo hacerlo, después de dos sueños así.
Hoy te veré, después de casi cuatro años. No sé qué pensar,
justo como en el primer sueño. Pero sé que hay diferentes posibilidades y que
deseo profundamente que me abraces como en esa escena, para poder decirte “Aquí
estoy, vida, siempre he luchado por ti, siempre lo haré”.
Mientras la hora se acerca, me siento cada vez más
emocionado. Intento prepararme para todo, pero no hay certidumbre. Entonces sé
que debo ser receptivo.
Mi guía es el amor. La dignidad es mi rostro. El dolor que
he sentido durante estos años, es mi vehículo. Tienes un padre imperfecto que,
a pesar de todo, puede brindarte lo que necesitas.
Tienes un padre, aunque te lo hayan negado por lo que sea: capricho, error,
malicia, ceguera. Tienes un padre.
Me han arrebatado cuatro años. Tal vez hoy sea un
desconocido para ti. Eso duele, duele mucho. Cuando un hombre se convierte en
padre, sabe que un día la vida se llevará a sus hijos porque ellos tienen su
propio camino. Entonces tiene claro que debe prepararlos y prepararse para ese
día.
Cuando nos quitan de manera injusta a nuestros hijos, muchas
personas que ignoran lo que nos pasa, creen que lo que seguirá es que nos
olvidemos de ellos, porque podemos tener más hijos. ¿Existe algo más falso? Nada
sustituye a los hijos que nos quitan. No existe cura para el dolor de saber que
en algún lugar están ellos, que pueden necesitar de nuestra ayuda, de nuestra
guía, de nuestro impulso.
Por eso estaré ahí, emocionado porque al fin he conseguido
verte. Tengo la fuerza que me ha dado la perseverancia. Si me abrazas, te
abrazaré. Si no lo haces, te diré que la puerta está abierta siempre.
Te ama,
Papá
ELLA
Ella llegó a mi vida
Como una visión envuelta en oro
La belleza entera fundida en un pequeño ser
El cielo convertido en amor
Iluminó mis lágrimas
Porque en los brazos tenía a un ángel
Su sonrisa me toca el alma
Su sola presencia
Le da sentido a mi existencia
Tal vez nunca sepa
Que al darme la mano
Me regaló un soplo de vida
Una y otra vez
Daría todo por ella
Mi último aliento si es necesario
Y la vida dirá
Cuánto tiempo habrá de quedarse
En los brazos de papá
No puedo aferrarla a mí por siempre
Sé que el amor necesita volar
Sé que mi ángel debe volar
(Adaptación de la canción de Tony Hadley)