domingo, 16 de diciembre de 2012

Los días felices


El día en que tú naciste,
nacieron todas las flores

Había una vez una hermosa niña que cumplió un año más. Estaba muy contenta porque tod@s la habían felicitado desde temprano y rogaba que dieran ya las nueve de la mañana para que llegara papá y rompieran la piñata en el patio de la escuela.

Cuando avisaron a su salón que había llegado la hora, no pudo evitar los saltitos de alegría, le decía a sus mejores amig@s que ella rompería la piñata, una estrella de colores muy bonita, y les daría muchos dulces y chocolates a ell@s porque siempre estaban junt@s y se divertían mucho.

Bajaron todos muy bien formaditos. Cuando ella vio a papá, lo saludó agitando su manita y regalándole una de esas sonrisas que tanto bien le hacen. Las maestras le dijeron cuál era el lugar que debía ocupar en la escalinata que daba a la entrada principal de la guardería, porque ese día ella era la festejada y le tocaba el lugar de honor.

Cuando ya estaban sentadit@s, él pudo entrar y tod@s l@s chiquit@s le hablaban, porque querían llamar su atención. Era muy raro que un papá fuera a un evento así a la escuela, generalmente eran las mamás quienes lo hacían, por eso todos estaban tan sorprendidos, emocionados. Y ella les decía a uno y a otra “¡Es mi papá!” con una linda carita de orgullo.

Así comenzó de lleno un día especial. Todos pasaron a pegarle a la piñata; ella pasó más veces porque era su día. Todos reían, todos cantaban y cuando papá rompió la piñata, todos entraron a la lluvia de dulces para atiborrar sus manitas y después llevarlos a las bolsas donde las maestras los recogían, para después repartirlos equitativamente, nada de abusones que se quedaran con más que los demás. Cuando terminó el momento de la piñata, le cantaron en coro “Las mañanitas”.

Después, se puso más contenta aún porque papá le dijo que como regalo de cumpleaños, le tenía una sorpresa, “¿Cuál es, papi, anda, dime!”, “Cuando la veas la vas a reconocer, mi vida, no comas ansias”, “Está bien, papi” y se quedó tranquilita, pero frotándose las manos una y otra vez.

En el camino, cantaron el Pulpito, Pimpón, Tolín (que era SU canción, porque papá se la regaló). Iba tan concentrada en sus canciones y en platicarle a papá muchas, muchas historias, que no se percató de la sorpresa, hasta que bajaron del auto: “¡Es el Papalote, papi, vinimos al Papalote!”, “¿Te gusta tu sorpresa, mi amor?”, “¡Sí, papá, me gusta mucho!”.

Era un verdadero día especial. Tenían su museo favorito casi para ella sola. Primero, vieron “Una aventura en el mar” y ella descubrió que hay muchos Nemos muy bonitos, como los de la peli. Veía los arrecifes tan grandes y cercanos que no dejaba de intentar tocarlos: ése día descubrió la tercera dimensión y le encantó. “Cuando sea grande, voy a nadar en el mar, papá, y voy a saludar a Nemo y Marlin”, “¿Sí, cariño? ¿Y me vas a invitar”, “¡Sí! ¡Vamos a ir juntos y vamos a ver a Dori también”!, “¡Muy bien, mi chiquita! ¡Y vamos a estar muy contentos!”.

Él la miraba, jugaba y reía con ella y para ella. Pensaba que nunca hubiera imaginado que la vida le regalaría un día como aquel con su niña. Se dejaba llenar de asombro, recordando el día en que supo que venía en camino, cuando experimentó por vez primera esa sensación de que ella siempre estuvo presente en su vida… como si en algún lugar del universo, su pequeña hubiera estado esperando el momento de llegar. Y el momento más inolvidable de su vida: cuando la vio nacer, cuando la cargó por vez primera y le habló “Ya estás aquí, vida, ya llegaste… soy papá” y ella dejó de llorar al escuchar su voz.

Le hacía gracia que apenas unas horas antes, temía ser incapaz de estar solo con su pequeña. Antes, con mamá, después con la abuela, pero nunca él y su niña nada más, ¿y si ella se desesperaba? ¿Y si se le pasaba la hora de darle de comer? ¿Y si extrañaba a mamá o la abuela? Con todo y que estaban muy habituados a que él le preparaba la cena todos los días, que la recogía a diario de la escuela, que jugaban juntos todas las tardes, él se había sentido inseguro, pero ahora se daba cuenta de que eran cosa de risa todos esos temores.

Los dos estaban plenos. Subían el gran árbol gigante, para conocer a los animales de la selva, jugaban con los carritos, aprendiendo las reglas del buen conductor, se disfrazaban en la pequeña cabina de televisión donde ella se puso un tutú y se miró al espejo como sorprendida de lo bonita que se veía. Pasaban laberintos, se acostaban en la cama de clavos o en la pintura de Joan Miró, hacían figuras de arena, posaban junto al elefante de hule tamaño natural, visitaban las casas primitivas del bosquecito, saludaban al faisán, se metían en burbujas enormes y se sentían igual de ligeros que ellas.

Y no paraban de reír. Y se abrazaban ella a su cuello, él a ese pequeño abrazo que abarca su amor entero. Un día increíble que duró todo el tiempo. “¡Estoy contenta, papá, muy contenta!”, “¡Yo también, vida! ¡Mucho, mucho!”.

Cuando llegó la hora de irse, él no podía creer que habían pasado ocho bellísimas horas. Al salir del museo, le preguntó “¿Estás cansada, amorcito? ¿Quieres que te cargue”, y ella le respondió muy segura de sí, “No, papá, quiero caminar”, pero apenas avanzaron unos metros y su carita reflejó todo el cansancio de un día en que no dejó de divertirse, volteó a verlo, alzó sus bracitos y le dijo, “¿Me cargas, papá?”, él soltó una carcajada y le respondió, “Claro que sí, corazón, ven”.

Puso la cabecita en su hombro y se quedó dormida de inmediato. Él la abrazó con un júbilo suave y cálido, mientras avanzaba mirando la puesta de sol. Una pareja de aquellas que tienen toda la vida juntos se cruzó con ellos en el camino, ambos los miraron con una sonrisa de regalo, después se dijeron algo imperceptible.  

Así aprendí que días como aquel son los que se quedan en el recuerdo sin tiempo, para que puedas volver cuando quiera que los necesites, como almácigos de ternura inagotable o maravillosos viñedos que darán las uvas de vida. Los días felices son los más profundos, porque sus raíces están hechas para nutrirte el alma, para siempre.

Te ama,

Papá



domingo, 9 de diciembre de 2012

El paisaje entero



Cuando nos damos cuenta de que nunca
hay una sola historia acerca del mismo lugar,
recuperamos una suerte de paraíso

Chimamanda Adichie


En toda relación humana, es difícil que una sola persona pueda dar cuenta de todo lo que sucede en ese intercambio de ideas, formas de ver la vida y metas que se construyen cuando dos o más seres se unen o se ven hermanados por las circunstancias para recorrer un camino juntos, durante el tiempo que dure el viaje.

Hacerlo implica salirse de sí mismos e ir más allá de la perspectiva que da tener una educación distinta, otro carácter, pero también exige tratar de ver las cosas como las ven los otros.

Tal vez sea imposible hacerlo si nos ponemos muy realistas, pero las herramientas del escritor pueden ser útiles para intentarlo. Entonces usemos la imaginación, reunamos toda la información que encontremos, pongámonos detrás del teclado y descubramos a los personajes como ellos mismo se van planteando: ninguno es absolutamente bueno ni malo, no existen los personajes planos. Si bien tienen caracteres determinados, sus matices los hacen complejos y sus decisiones también definen parte del papel que juegan en la narración. Ése es el asunto central.

Ella era muy extrovertida, sumamente sociable, de palabra fácil, aficionada a estar siempre fuera de casa y que se hiciera lo que quisiese. Él no era muy bueno para socializar, prefería la soledad, sus libros, su música y la discreción de su escritorio, fuera de los reflectores.

Él tenía momentos en los que salía de sí, entonces podía compartir con más de tres personas al mismo tiempo, intercambiar ideas, descubrir cosas nuevas. Ella tenía una enorme dificultad para verse en el espejo, se esforzaba por hacerlo, pero al final cedía a la indiferencia como un escudo.

Ambos poseían su lado oscuro. Ella solía enojarse y al hacerlo arrasaba con todos; era muy hiriente, sabía exactamente dónde dar la estocada. Él, cuando explotaba, parecía un volcán que se arrepiente casi de inmediato. Ella creía que estaba en su derecho de impedir que nadie, especialmente ningún hombre, la sobajara. Él pensaba que no estaba bien enojarse, que eso es de machos… sólo las paredes recibieron su furia, y cuando hace mucho frío, un puño adolorodido se lo recuerda sin piedad.

Aún así, decidieron permanecer juntos bastante tiempo. El suficiente para que la relación se desgastara porque ninguno se dio el tiempo de buscar cómo moldearla, hacerla crecer. Y tuvieron una hija a quien él siempre esperó con todo su amor… pero los conflictos siguieron. 

Años más tarde, llegaron a la conclusión de que todo había terminado y que, por el bien de su pequeña, era mejor separarse. Durante el proceso, en ocasiones él fue intransigente cuando ella intentó ser conciliadora. Y viceversa.

Un día, ella comprendió el mayor poder que le daba el tener a su niña y usó ese hecho en contra de él porque sabía que impedirle verla le dolía profundamente.

Luego hubo un periodo de cierta calma, aunque las discordias nunca desaparecieron: él creía que no debía permitir las agresiones y dejó por completo la postura conciliadora, para responder cada vez que ella quisiera imponer su voluntad. Fue entonces cuando ella llegó al extremo de acusarlo de un delito atroz, en una combinación de malos entendidos, rencor, numerosa información sobre chiquit@s agredid@s, miedo y consejos de terceros que ignoraban el problema. Nunca quiso aclararlo con él.

Aquel golpe lo tiró al suelo. Tardó en levantarse el tiempo que debía tardarse para asimilarlo, después su dignidad lo hizo ponerse de pie. Tardó también en entender que él también jugó un papel determinante para que las cosas llegaran a ese límite. Descubrió que no supo cómo resolver el problema de un mal final. Pero… ¿cómo hacerlo? Aún se lo pregunta.

A pesar de todo, está fuera de sus manos el que ella asuma que también cometió errores. Lo que sí está en sus manos es hacer todo lo que pueda por ayudar a su pequeña, ayudar a otros como una manera de prepararse para recibirla cuando llegue el momento, porque sabe que va a llegar: él está construyéndolo.

Con la pequeña-gran ayuda de la gente que ama y de su voluntad.

Ahora que sabes cómo ver el paisaje entero, debes saber también que conforme avances, advertirás que hay cosas nuevas que estaban fuera de tu alcance, y lo que dejas atrás estará en ti como experiencia, recuerdo y lección. Ten presente que corres el riesgo de que el paisaje te devuelva la mirada y te conmueva. Eso es lo que nos ayuda a crecer.

Te ama,

Papá


lunes, 5 de noviembre de 2012

El mismo sueño

Ven, Primavera

Abre tus brazos, libera
                        La vida nueva

Omar Samsara


“Buenas noches, amor” te dije como lo hago desde que eras una bebé y te llevaba a dormir antes de separarme de mamá y también después, estuvieras o no conmigo.

Al cerrar los ojos, con todos los pensamientos que nos rodean como un remolino antes de dormir, comencé el ensueño. En ese sopor, me vi ante un pasillo que sabía familiar, pero no alcanzaba a reconocer. La penumbra ligera sugería una luz que llegaba de otro lugar, iluminando apenas esas paredes.

Entonces un destello repentino me cegó, pero no alcancé a cerrar los ojos ni cubrirlos con mis manos. Unos pasos ligeros me llamaron, los seguí hasta que pude acostumbrarme a la nueva luz y descubrí que eras tú.

De golpe reconocí el lugar: el pasillo que une las habitaciones en casa de tus abuelos. Quería hablarte, abrazarte… pero era imposible, porque –entonces entendí– estaba ahí sin mi cuerpo.

Mientras, tú llegabas sigilosa del cuarto de tu abuela a la escalera. En silencio, bajaste peldaño por peldaño, hasta sentarte en el descanso. Miraste hacia arriba para asegurarte de que nadie te oyese, pegaste tu carita al muro y dijiste en voz baja: “Buenas noches, papi, que duermas con los angelitos. Yo también te extraño y te amo”.

La vida nueva

Muchas cosas han sucedido desde que mamá me impide verte. Experiencias dolorosas y, por igual, momentos felices e intensos, que me motivan a seguir luchando por ti.

La partida de la abuela Acacia, la denuncia que recibí, la publicación de mis primeros trabajos literarios, el evento de arte que organizó mi taller, los grupos a los que nos unimos Daniela y yo… todo eso forma parte del comienzo de otra etapa.

Las personas que han llegado a nuestra vida están aportando experiencias, ideas, caminos, historias y muchas cosas más que definitivamente serán la materia con la que preparemos todo para tu llegada. Un día l@s conocerás y sabrás lo que Norma Hernández, Alejandro Heredia, Paty Aguilera, Bárbara Sánchez, Matilde, Alfredo, Daniel y otr@s significan para nosotros.

Todos tenemos gente a quien agradecer su presencia, su llegada o su paso por nuestra existencia. Algun@s se quedan para siempre, se convierten en amigos y a veces en nuestra familia, y aun cuando se vayan, dejan algo permanente.

Alejandro, por ejemplo, me dijo algo que jamás voy a olvidar: “Deja huella por tu hija, protege siempre sus derechos, porque eso hace más digno tu derecho de ser su padre”.

Un día, a una pregunta desesperada, Paty respondió: “Tu hija recibe el amor que le tienes, aunque estés lejos de ella. Eso es lo más poderoso y es lo que la va a ayudar a salir adelante”.

El sueño que aquí transcribo sucedió una noche en soledad, antes de que empezara todo. Fue tan claro, tan vívido que aún hoy lo siento completamente real. No sé si haya pasado, si tú hayas vivido lo que sucedió en ese sueño. Lo que sí sé es que hay una fuerza que me impulsa a seguir adelante.

La primavera por la que lucho eres tú, hija. Busco en todas partes aquello que me ayude a nutrir mi espíritu. La vida nueva es todo lo que hacemos por aprender y dejar huella para la gente que amamos. Aunque estamos separados, cada día se desprende de ti un soplo de amor que yo abrazo; de mí, cada noche parte una luz que tú recibes a través de la distancia.

Te ama,

Papá


viernes, 28 de septiembre de 2012

Monstruo

Los ojos del futuro que sientan mi emoción
Más verán en la página que en mi alma directa.

Fernando Pessoa
Soneto III

“Entonces la niña dijo, mira, mi papá (…) se convierte en monstruo, y después se calma, y otra vez es mi papá, y entonces yo lo cuido, y le pregunté: ‘(…) y cuando es monstruo qué hace? Y la niña como que se molestó y dijo, ‘…ah mamá, ya, ya’, y no contestó más”.

Así dice, textualmente, la denuncia que me hizo mamá. Qué lejos ha llegado por separarme de ti.

Pero, ¿de quién son esas palabras, de mamá o de ti? Si son tuyas, ¿a qué pueden referirse esas palabras en la fantasía de una niña pequeña?

Lo único que alcanzo a imaginar tiene que ver con un monstruo en especial.

“Papá, ¿me cuentas el cuento de La bella y la bestia?”, pedías donde fuese: en el taxi camino a casa, en la mesa mientras comías tu merienda o simplemente mientras íbamos de la mano por la calle.

Y te contaba la historia y al final decías “Otra vez”, y yo la narraba cuantas veces lo quisieras. Me enternecía mucho que te gustara tanto. Tal vez fuera por la heroína que salva a dos seres amados: a su padre y a la bestia; hombres los dos, para rematar.

En mi experiencia, la repetición tiene por lo menos cuatro funciones: fijar, explorar, entender, crear. En el arte, por ejemplo, visitar y revisitar una obra que nos ha conmovido ayuda a tenerla bien presente a lo largo de la vida, descubrir que cada vez tiene algo nuevo que ofrecernos en algún rincón que no habíamos visto antes.

Cuando una obra tiene ese poder de guardar siempre algo nuevo, rebasa el tiempo. Entonces nos ayuda a comprender que hay ideas que no cambian en generaciones o se van transformando o adquieren nuevos significados; es ahí donde la creación entra, porque esa energía contagia y alimenta la imaginación, y permite al artista encontrar obras nuevas.

Sucede algo parecido con los mitos y los cuentos de hadas. Nos enseñan que hay personajes –y tramas– que podemos reconocer en la vida cotidiana: la bruja malvada, el príncipe valiente, el consejero sabio, el hada madrina, a todos podemos reconocerlos en gente que nos rodea. Incluso puede ser que varios habiten en la misma persona.

Si lo trasladamos a nuestra historia, hace algunos años era muy típico oír de tu tía (la hermana de mamá) la frase “que mi hermana se enoje es normal; pero cuando tú te enojas, das miedo”. Quizás cada vez que nos veías discutir a mamá y a mí, me veías como a la bestia: irascible, feo, porque era demasiado extraño verme así. Sabías que no iba a hacerles daño a mamá ni a ti, pero te asustaba.

No sé… me atrevo a pensar que a pesar de todo, tenías claro que si bien en mí vivía a veces esa bestia (en el fondo sensible y entregada) al final el padre amoroso, paciente y protector era el personaje principal; a lo mejor en los tiempos en que me veías triste después de la separación, creías que podías cuidarme como Bella lo hizo con su padre y con Bestia. Quién sabe.

Pero te han dicho que soy malo, que por eso ya no nos vemos. He aprendido que es algo típico en estos casos, y que muchos padres se rinden por todo lo complicado que es luchar por recuperar a nuestr@s hij@s.

Un día conocerás todas las emociones que he experimentado en tu ausencia, verás todas las páginas que te escrito y verás mi alma. Acaso mientras escribo estas palabras pienses que en serio soy malo, que soy el monstruo que ha construido mamá. Pero tú sabes la verdad.

Te ama,

Papá




lunes, 10 de septiembre de 2012

Separaciones

Y cada ola quisiera ser la última
quedarse congelada
en la boca de sal y arena
que mudamente
le está diciendo siempre:
Adelante


Mi niña:

A lo largo de la vida, siempre pasamos por distintas formas de separación: cuando terminamos un año en la escuela; cuando perdemos a un amigo; cuando cambiamos de casa; cuando una relación acaba; cuando alguien querido se va.

Todas estas experiencias nos transforman en mayor o menor medida. A veces logramos adaptarnos con facilidad; otras, luchamos por convertir esa circunstancia en algo que ayude a construir el futuro.

De vez en cuando, la separación es un alivio.  

Pero, en ocasiones, también sucede que el vacío es tan grande que convierte la tempestad de emociones en melancolía u odio, tan grandes que impiden ver que la vida está dándonos otra oportunidad, que podemos asumir los errores, perdonar y tomar nuestro nuevo camino. Simplemente nos negamos a decir adiós y nos enredamos en esa larga madeja de sentimientos destructivos. 

Hoy sé que cuando eso pasa, nace otro tipo de separación: la que una persona prisionera del rencor le impone una hija (o hijo) y a su padre (o madre). Una de las peores, porque está tejida de venganza.

Eso no me detiene, hija.

Puede ser que la justicia tenga tiempos más lentos que los nuestros… no importa.

Puede ser que deba enfrentar mentiras o defenderme de un malentendido que podría destruir la vida de cualquiera.

Puede ser lo que sea. Yo sigo firme como el mar va siempre adelante, buscando la primavera que me arrebataron una tarde de marzo. Y la voy a recuperar.

Te ama,

Papá




lunes, 20 de agosto de 2012

Los descubrimientos

Observa y no lo olvides.
Son tus ojos.
Anota lo que ves.
Escríbelo en el viento.

Mi niña grande:

Tu primer día de clases. Tu entrada a la primaria. El comienzo de una nueva etapa. Debes estar muy emocionada, platicando mucho sobre todo lo que vas a encontrar y aprender.

Te imagino y casi puedo escucharte hablando de las nuevas amiguitas que vas a tener, de los niños que te caen mal porque te empujan, de las cosas que les vas a contar; de tu abuelo que te convida Coca Cola a escondidas  y tu compañerito de travesuras peludo; de tus tíos y mamá.

Dirás que son buenos y te tratan bien, que te ponen pelis bonitas que te gustan mucho. A lo mejor les dirás que quieres ser como Alicia cuando derrotó al dragón negro en El País de las Maravillas, o que quieres ser como la princesa Mérida: fuerte, decidida y una experta en el tiro con arco. 

Alguien te preguntará por tu papá y guardarás silencio, tal vez pensando para ti una vez más: “ya no veo a mi papá porque es malo… eso me dijo mi mami… pero yo sí quiero verlo”, o quizá lo dirás en  voz alta, o cabe la posibilidad de que evadas la pregunta para contarles que tienes muchos poemas y cuentos.

Correrás en el patio a la hora del recreo, descubriendo lo divertido que es hacer lo que quieras con tus nuevas amiguitas y amiguitos, sin que una maestra se los dicte. Pero de seguro vas a extrañar los cantos en círculo, los aplausos al terminar, los dibujos, los animalitos de papel o plastilina.

Yo recordaré el día que entraste a la guardería en mis brazos, para dejarte luego en los de mamá, que entró contigo para ayudarte en el inicio de ese período. Tenías unos nueves meses, aún no caminabas y al principio te costó trabajo la adaptación, pero aprendiste rápido.

Cuando pasaba por ti, me recibías sentadita o gateando entre los demás bebés, con una gran sonrisa al verme llegar. Un par de veces el abuelo y yo fuimos juntos a los festivalitos que hacían, y mi corazón se estrujaba cuando llorabas porque creías que ya te llevaríamos con nosotros, pero aún no era la hora… tu abuelo sólo apretaba los labios.

Los tres años que estuviste ahí fueron enseñanza en muchos sentidos. Aprendiste a comer sola, empezaste a caminar, comenzaste a hablar, hiciste tus primeros trazos que guardo con mucho amor.

Me llenaba de felicidad y ternura verte en el patio jugando con niñas y niños, cuando ya estabas más grandecita, suelta, independiente, porque ése fue tu primer espacio propio, donde hiciste los primeros cómplices de aventuras y hallazgos.

Hoy ya eres toda una niña grande. Vas a entrar al tiempo de los descubrimientos: verás muchas cosas nuevas, deslumbrantes, que serán sólo para ti.

Aunque no esté ahí por hoy, siempre estoy contigo, mi vida.

Te ama,

Papá

miércoles, 8 de agosto de 2012

No pasa nada (y todo pasa)

Y sobre todo mirar con inocencia.
Como si no pasara nada,
 lo cual es cierto



¿Cuántas veces he ido a buscarte?


Ya perdí la cuenta.

Y siempre me pregunto cuántas has sabido que lo he hecho, cuántas has escuchado mi voz llamándote.

Lo ignoro.

Y tampoco quisiera recordarlas. La última vez que lo hice salí extremadamente enojado, indignado por las mentiras que me gritó el ignorante novio de tu tía… afortunadamente no caí en sus provocaciones y pude alzar mi voz sobre la suya para que oyeras de mí que jamás te he hecho daño. Sé que me escuchaste, aunque no pude verte.

Pero después de eso, decidí que no quiero volver a hacerte pasar por un momento así, que seguiré en los tribunales mi lucha por recuperarte. No importa cuán lento sea el proceso.

Hace unos días revisé los documentos del proceso y me quedé sorprendido: el primer paso lo dimos en mayo de 2010 al solicitar al archivo judicial la devolución del expediente del divorcio al juzgado, para poder iniciar la demanda y así recuperar la convivencia.

Desde entonces nos hemos topado con la complejidad del sistema de justicia. Primero, el expediente tardó mucho tiempo en regresar; cuando regresó e intentamos ingresar la demanda, nos la rechazaron porque algún trabajador administrativo devolvió por error el expediente al archivo; una vez más, hubo que solicitar su devolución y a la lentitud se sumaron las vacaciones en los tribunales;  intentamos  por segunda vez ingresar la demanda, pero el juez ordenó que no sería aceptada hasta que la parte contraria supiese que el expediente estaba de vuelta en el juzgado.

Eso fue en noviembre de aquel año. Luego, durante todo 2011 intentamos una y otra vez cumplir con ese mandato del juez, sin éxito alguno, hasta que en mayo de 2012 lo logramos, lo cual equivale a dar el tercer paso. Es como si para la justicia el tiempo transcurriera de una manera distinta a la nuestra.

En ese tiempo, fui varias veces a casa de tus abuelos a distintas horas en distintos días para tratar de verte; en una ocasión abrió tu abuela, y (creo que) contigo presente me dijo algo así: “usted quiere verla, pero no cumple con sus obligaciones ni paga la colegiatura”, para cerrar la puerta antes de que pudiera replicarle, pero dije en voz alta “¡Yo pago puntualmente la pensión para mi hija! ¡Yo cumplo con mis obligaciones!”, para que tú pudieras escucharme.

Alguna vez me encontré a tu tío o a tu abuelo y les pregunté por ti, e invariablemente me respondieron “Está bien”, nada más; y les pedí que te dijeran que te amo y te extraño, aunque supongo que nunca lo hicieron. En otras ocasiones nadie abría y yo te hablaba sin saber si me escuchabas: “Elena, soy papá. Te extraño mucho. Te amo y nunca voy a dejar de luchar por ti”.

En enero de 2012 fui por última vez a tratar de verte. Fue uno de los peores días de mi vida, pero pudo ser peor si hubiese cedido a las provocaciones. Pensar en ti en el momento en que más me ardía la sangre fue lo que me hizo dar la media vuelta e irme, pero pude decirte lo que tenías que escuchar: yo nunca te he hecho daño.

Dije otras cosas antes: aquello de lo que me acusa mamá es una mentira. Ignoro si fue algo planeado para alejarme definitivamente de ti o no, pero definitivamente el que te envenenen con ideas falsas puede afectar mucho tu futuro. Y dije algo más: no voy a parar hasta recuperarte.

Cuando lo logre, aplicaré lo aprendido, no repetiré los errores. Haré lo que esté en mis manos para ayudarte a superar todo esto, como cuando un mal sueño te despertaba envuelta en llanto y yo estaba ahí para abrazarte firme y suave, con un arrullo, una canción sobre mi pecho y un “no pasa nada, mi vida, no pasa nada, aquí estoy contigo”.


Te ama,

Papá

martes, 19 de junio de 2012

Descubrir el cielo

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

Hija:

Hace cuatro años el Día del Padre fue uno muy especial. Lo recuerdo como si hubiera sido en realidad el primero. Unos días antes descubrí que en el Centro Nacional de las Artes habría un concierto especial para celebrar la fecha. Tocarían piezas de Debussy y Albéniz, para cerrar con una de mis grandes favoritas: Rhapsody in Blue.

Los puntos suspensivos en el póster anunciaban sorpresas. Pero lo mejor es que invitaban a niños de todas las edades, algo nada frecuente para el tipo de espectáculo.

Cuando llegamos, tú estabas dormida en brazos de mamá. Tenías apenas un año y meses. Ya caminabas, ya me habías derretido con la primera vez que me dijiste “papá”. Y me encantaba la idea de que éste sería tu primer concierto de la música que disfruto tanto.

Durante la primera parte soñaste envuelta en atmósferas como las del hermoso "Claro de luna" que tanto te gusta, o el vértigo apasionado de "Asturias". Te miraba preguntándome qué imágenes podían visitarte en esos momentos, qué sentirías, qué significaría para ti toda esa belleza sin palabras.

En la segunda parte, despertaste al sonido de unas voces que te llamaron. Abriste tus ojitos sorprendida por la penumbra que no te asustó, para seguir el camino de una luz y encontrar a las dueñas de esos sonidos. Te hipnotizaron. Las mirabas callada, agarrándote al respaldo del asiento que estaba adelante, como si quisieras asegurarte de que estabas despierta. Entonces volteaste hacia nosotros con una gran sonrisa, porque esa sorpresa te hacía muy feliz, y comenzaste a hacer la mímica de que cantabas también con ellas.

Ese día descubrimos juntos a estas chicas que entonces no llegaban a los veinte años. Todo el tiempo las escuchaste sin perder la atención, bailaste con ellas. Y yo fascinado viéndote disfrutar  standards del jazz como "Night and day", orgulloso porque heredaste de tu lado paterno el amor por la música y tal vez la voz de la abuela.

Cuando terminó su participación, subieron a las gradas para sentarse en la misma fila que nosotros; fuiste a donde se sentaron para regalarles tu sonrisa y ellas te agradecieron enternecidas. Tres años más tarde lanzaron su primer disco, Amartya (El que nunca muere), con canciones propias y un futuro promisorio en el jazz mexicano; ellas son las hermanas Ingrid y Jeniffer Beaujean.

Después vino la "Rapsodia en azul", ese himno a la determinación por alcanzar los sueños que  te hizo bailar, escuchar detenida, mecer tu cabeza al ritmo a veces vertiginoso, a veces acompasado de esta historia llena de momentos fuertes y reflexivos, pero sobre todo de una energía que te invita a enfrentar la vida con firmeza.

Se dice que en realidad hay que traducir blue al español en su significado de melancolía, pero si bien hay momentos en que ese estado de ánimo es el aura que ilumina, definitivamente hay mucho más que eso: búsquedas, encuentros y esperanza en todo momento. Elementos que pareciera que al final descubren un cielo azul que anuncia que ha llegado el momento de la vida fértil.

Cuatro años después, vuelvo a inspirarme en esa música y en ese día que siempre voy a recordar. Hoy el cielo es gris porque han llegado los meses de lluvia, pero así son las estaciones: hay tiempos para dejar salir todo y andar ligeros, o para dejar que el agua limpie y alimente la vida, o para cambiar de piel y al final del círculo, protegernos del frío, recogerse, ver lo que se ha hecho y lo que se hará. Prepararse para cuando el ciclo comience de nuevo, pero aun más: participar en el proceso, hacer lo necesario para que llegue otra vez el cielo azul.

Te ama,

Papá

martes, 29 de mayo de 2012

En medio está el abismo

Ante todo el arte de no
cansarse,
cambiar de pie con gracia
sobre el abismo,
tener un andar airoso.
Y la pena en medio del corazón.
La misma línea central para desear
y para pensar:
Sonreír encima de abismos.


           
Mi vida hermosa:

La serie de experiencias que he vivido durante estos dos años desde que no nos hemos visto –pero también desde que me separé de mamá– me han enseñado mucho.

La principal lección es ponerte a ti por encima de todo. No importa cuánto enojo o tristeza haya de uno u otro lado, lo primordial es centrar todas las decisiones en tu bienestar.

En ese sentido, elegí muy bien a mis abogados. Eso es fundamental. Y encontrar profesionales que trabajen bajo la consigna de que antes de los intereses del cliente y su contrario, están l@s niñ@s es muy difícil.

Siempre me han recomendado paciencia, constancia y tranquilidad. Evitar la confrontación y la agresión, pero eso sí: recurrir a las mejores herramientas legales cuando hace falta defenderse de las injusticia y la mentira. Otros prometen que van a hundir a la expareja, que van a conseguir todo lo que quieras: todo. Claro, dependiendo de cuánto dinero tengas para invertir en el asunto.

Pero nunca piensan en el daño que pueden ocasionarle a l@s hij@s, e incluso los convierten en objetos o botines de guerra o moneda de cambio (como dicen la mayoría de los que estudian el tema del divorcio y sus ramas). 

De esa manera, recomiendan a sus clientes tretas como el impedir que el papá o mamá separado vea a sus hij@s, para lograr más dinero; o provocar al otro para que se deje llevar por la ira y cometa errores que pueden costarle perder definitivamente a sus pequeñ@s; o acusarlo de cualquier delito para desquitar su rencor y forzar al otro a desistir, dejar de ver a sus niñ@s.

En ese sentido, se convierten en perpetradores o alentadores del SAP, sin considerar en ningún momento la posibilidad de que esa sea una forma de violencia en contra de l@s pequeñ@s.

Es muy frecuente que este tipo de abogados le calienten la cabeza al cliente, en lugar de buscar una postura conciliadora que beneficie a todos los involucrados, porque al final se supone que el divorcio tendría que ser el vehículo último de resolución de conflictos en la pareja.

En el lado contrario, los abogados que priorizan el derecho de l@s niñ@s, buscan la manera de establecer negociaciones que permitan resolver los conflictos, ayudando a que su cliente tenga contención en vez de alimentar su ira en contra del otro.

Esos son los abogados que hay que encontrar. Y yo los encontré. Desde que decidí junto con mamá que lo mejor era el divorcio, recurrimos a ellos. Fueron muy claros con ambos acerca de que lo primero es tu bienestar, que ellos podrían ayudarnos a formalizar la separación bajo condiciones favorables para todos.

Después mamá decidió que prefería otro abogado. Uno que nunca propició equilibrio y conciliación. Él le recomendó impedirme verte aquella primera vez durante cuatro meses. Pidió un porcentaje absurdo de mi sueldo para la pensión alimenticia, tanto que el juez no se lo concedió. Y durante estos años su actitud ha sido beligerante en todo momento. Jamás aportar paz y equilibrio para que tú crezcas sana en compañía de mamá y papá, aunque estemos separados.

Evidentemente, este personaje ha vuelto a jugar un papel para esta segunda ocasión en que nos han impedido estar juntos.

La conclusión es que nadie que ha decidido separarse de su pareja debería asesorarse con abogados así. Esa decisión ya es de por sí dolorosa como para que alguien más llegue para profundizar y agudizar los sentimientos negativos por los que invariablemente se pasa.

Pero tengo una buena noticia. Después de unas siete ocasiones en que intentamos notificar a este personaje y a mamá sobre la inminente demanda en su contra, por impedir nuestra convivencia, lo hemos logrado.

¿Sabes? A veces, ante las leyes y toda esa situación, me siento como si tuviera frente a mí un abismo… y al otro lado estás tú. Ahora los pasos para recuperarte son más firmes. Y así van a seguir.

Cuando lo logremos, lo demás será reconstruir el puente para estar juntos de nuevo. Con una sonrisa atravesaré este abismo.

Te ama,

Papá


Peter Gabriel compuso esta canción para su hija, reflejando su lucha por recuperarla.

La estrofa final dice algo así:

Puedo imaginar el momento en que romperemos el silencio,
todas las cosas que podremos decirnos:
nada podrá callar al corazón.
Cuando estemos en la misma orilla,
habremos disuelto todas las barreras.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Adiós sin fin

Me estremecieron mujeres
que la historia anotó entre laureles.
Y otras desconocidas, gigantes,
que no hay libro que las aguante.

Silvio Rodríguez

Mi niña:

El día de las madres nunca fue un día verdaderamente especial para nosotros. Era más importante el 8 de mayo porque esa es la fecha del cumpleaños de tu abuela; de hecho, ella misma no le daba gran peso al 10 de mayo.

Ahora ya no está la abuela. Pero decidimos convocar a la familia para celebrar su cumpleaños como lo hicimos durante los últimos diez años, por lo menos. Y fue lindo que vinieran para recordarla sin tristeza (o no tanta).

Platicamos sobre las veces en que tratamos de que fuera una sorpresa y entonces alguien le llamaba para preguntarle qué llevar a la fiesta, “¿Cuál fiesta?”, “La del sábado en tu casa”, “!Ah! ¿La fiesta sorpresa de mi cumpleaños? Pues no sé, llámale al organizador”.

O cuando en alguna ocasión le pregunté, “¿no te vas a bañar?”, “No; no pienso salir hoy”, luego empezaban a llegar los invitados y ella me quería ahorcar.

¿Pero quién fue la abuela? Es difícil sintetizar una vida en pocas líneas, pero puedo decirte que era una mujer de su generación que siempre trató de predicar con el ejemplo, algo que aprendió de sus años de activismo al principio en (tal vez) la primera organización civil en México, el Centro de Comunicación Social (Cencos), después en Mujeres para el Diálogo, una organización feminista.

Creía en la igualdad y muchas veces se indignaba cuando en sus últimos años veía a otras mujeres agredir a los hombres, quitándoles a los hijos, por ejemplo. “Me duele ver que eso por lo que nosotras luchamos durante años, lo usen hoy como arma para curar su despecho”, decía.

Mi madre perdió a la suya cuando era una niña. Eso la marcó, la obligó a ser fuerte. Creció hasta los doce años en un internado dirigido por monjas que endurecieron aún más su carácter a fuerza de castigos, mentiras y biblias que la mayoría se aprendió como los monos aprendían a mover los controles de las primeras naves espaciales. Eso sí, explotaban su hermosa voz en los festivales pertinentes.

Sólo recordaba con cariño a una monja joven a quien un día sorprendió cantando en un pasillo y que al ver a mi madre, enrojeció para guardar silencio de inmediato y decirle con un guiño “tú no me oíste”; comprendió que ése era su voto: abandonar el amor por el canto para entregárselo a su dios. Fue su cómplice y compartió con ella algunos momentos inolvidables, pero también dos nombres: María de Jesús.
           
Al terminar la primaria, ya no la admitieron de vuelta “por rebelde”. Regresó con su padre, un hombre intransigente que la orilló a independizarse cuando tenía dieciséis años para huir de las golpizas y las agresiones.

Cuando nos contaba sobre su adolescencia, siempre decía “anduve mucho tiempo rodando de aquí para allá, sola, insegura, sintiéndome horrible porque las monjas nos decían que éramos feas y jamás íbamos a encontrar un hombre que nos quisiera”.

También decía que seguramente fue muy afortunada porque a pesar de todo conoció gente buena que la ayudó. Hubiera sido muy fácil que cualquiera le viera la cara. porque seis años en el internado y otros tantos en el castillo de la pureza la hacían muy vulnerable al mundo.

Así conoció a mi padre a los diecinueve y se dejó seducir por su enorme familia, algo que ella nunca tuvo y deseaba mucho. Tres años después me tuvieron a mí.

Por un azar llegó a Cencos. Ahí conoció a muchos luchadores sociales como Angela Davis, Ernesto Cardenal, Rosario Ibarra, el mismo Pepe Álvarez Icaza, fundador de la organización,  y muchos otros, quienes la influenciaron profundamente.

Un mundo desconocido hasta entonces se abrió ante sus ojos. Antes supo del movimiento del 68 y su desenlace, “pero estaba muy ocupada con mis propios problemas existenciales como para entender qué estaba sucediendo en el país, hasta que llegué a Cencos”.

Recuerdo muy claro cuando nos llevaba a las oficinas de la organización en Medellín y Puebla; la fuente de las Cibeles y las marchas por los Derechos Humanos; las horas en el Parque España donde mi hermano y yo la esperábamos jugando; los festivales donde se presentaba para cantarle a la libertad y donde encontró sentido a su pasión por la música, como un vehículo para la concientización y la denuncia.

Decidió separarse de mi padre diez años después porque no quería otro tirano en su vida. Abandonó su amor por la música por el amor hacia sus hijos. Pensaba que no podía darse el lujo de poner en riesgo nuestro alimento.

La abuela fue dura muchas veces con nosotros. Como mujer sola que crió a dos varones, solía ser exigente aunque intentaba no ser arbitraria. No hay padre ni madre que se salve de cometer errores, pero al final nos formó con honestidad y firmeza.

Decía que ella no iba a educar a un par de machos, así que nos enseñó a ser solidarios para que el día que tuviéramos una pareja compartiéramos la vida, los derechos y las obligaciones.

Así fue tu abuela. Mi madre.

Aquella mujer dura que sin embargo se derretía en dulzura con sus chiquitas, como les llamaba. A ti te bañó, te arrulló, te dio los buenos días prestándole su voz a un osito de peluche, jugó contigo sin quejarse por el cansancio durante los tres años y meses que compartieron este plano de la existencia.

Sufrió mucho el dejar de verte. Lo veía en sus ojos cada que miraba tus fotos, todos los días… sólo podía musitar “mi bonita”.

Y murió sin poder decirte adiós.




viernes, 20 de abril de 2012

Tu risa

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.



Para Daniela
Mi amor
Mi fortaleza
Mi esposa

Mi niña:

Hoy he decidido hacer algo distinto: dejar de lamentarme, dejar de sufrir.

Todo gracias a una conversación muy importante sobre la muerte de tu abuela y lo doloroso de su partida que a pesar de todo no me atrapa en la tristeza: sigo viviendo.

Así pues,  cada quien tiene la alternativa de elegir entre un estado de melancolía y otro de determinación. Escojo el segundo porque mi meta es recuperarte.

Y otra vez una frase de mi nuevo amigo Álvaro me ha inspirado: “en la pureza de la risa de tu hija veo la pureza de tu alma”. Obviamente, no pretendo tener una gran pureza porque he cometido muchos errores a lo largo de mi vida; algunos muy grandes.

Sin embargo, me hizo consciente de algo: tu risa y tu mirada son puras, limpias, transparentes. Eso refleja, precisamente, a una niña feliz que es amada y cuidada.

El divorcio eclipsó un tiempo tu sonrisa. Aunque en un principio intentamos llevar las cosas en paz, entraron en juego demasiadas cosas: enojo, tristeza, frustración…

Todas esas emociones más otras circunstancias que abordaré en otro post, llevaron a que mamá me impidiera verte (por vez primera) durante los cuatro meses que duró aquel proceso.

Padres y madres siempre buscamos proteger a nuestros pequeños. No quisiéramos que nada les hiciera daño. Mientras luchaba por verte de nuevo, busqué la manera de ayudarte a pasar la crisis del divorcio, incluso le envié a mamá información sobre cómo hacerlo.

Y siempre voy a recordar el primer día que pude recogerte después de que firmamos el convenio.

Llamaron por ti en el intercomunicador. Aguardé unos minutos, hasta verte salir por el vestíbulo. Buscabas curiosa a quien te recibiría, entonces tus ojitos y tu carita toda se iluminaron: “¡Es mi papá! ¡Mira, es mi papá! ¡Vino mi papá!”, le gritabas entusiasmada a la maestra, dando brinquitos alegres.

En cuanto te soltó, corriste para abrazarme; yo ya estaba hincado para recibirte. Tu sonrisa había regresado.

Los meses siguientes fueron muy plenos. Pasaba por ti tres días a la escuela y estábamos juntos todo el fin de semana cada quince días. Incluso hubo algunas actividades en las que mamá y yo participábamos juntos: alguna junta en la escuela o festival, llevarte al médico.

En una ocasión estabas muy contenta después de que te llevamos al doctor. Íbamos en su auto y te dijimos que a pesar de la separación, los dos te amamos y siempre te cuidaremos; entonces respondiste con toda tu ternura: “Mami, papi, ¿les digo qué? ¡Los quiero mucho!”.

Siempre que salíamos de la guardería me contabas cómo fue tu día. Me acuerdo, por ejemplo, cuando platicabas con tus amiguitos y les decías orgullosa: “¡Yo tengo tres casas!”; o la ocasión en que saliste muy indignada y me preguntaste a bocajarro: “Papá, ¿verdad que en mi casa verde yo tengo muchos poemas?”, “Sí, mi amor, ¿por qué?”, “Es que Marifer dice que no tengo muchos poemas, pero mañana le voy a decir: yo sí tengo muchos poemas en mi casa ¡y tú no-ooo!”.

Los ocho meses que pasamos juntos antes de que nos separaran por segunda vez fueron hermosos, llenos de juegos, canciones, historias.

Todo lo que he hecho es por darte un ambiente sano, para que crezcas bien. ¿Qué puedo hacer ahora a la distancia para ayudarte? Aunque no me dejen verte, aunque no sepa siquiera a qué escuela vas, voy a encontrar la manera de hacerlo.

Todo por tu risa. Todo por tu bien.

Te ama,

Papá