domingo, 9 de diciembre de 2012

El paisaje entero



Cuando nos damos cuenta de que nunca
hay una sola historia acerca del mismo lugar,
recuperamos una suerte de paraíso

Chimamanda Adichie


En toda relación humana, es difícil que una sola persona pueda dar cuenta de todo lo que sucede en ese intercambio de ideas, formas de ver la vida y metas que se construyen cuando dos o más seres se unen o se ven hermanados por las circunstancias para recorrer un camino juntos, durante el tiempo que dure el viaje.

Hacerlo implica salirse de sí mismos e ir más allá de la perspectiva que da tener una educación distinta, otro carácter, pero también exige tratar de ver las cosas como las ven los otros.

Tal vez sea imposible hacerlo si nos ponemos muy realistas, pero las herramientas del escritor pueden ser útiles para intentarlo. Entonces usemos la imaginación, reunamos toda la información que encontremos, pongámonos detrás del teclado y descubramos a los personajes como ellos mismo se van planteando: ninguno es absolutamente bueno ni malo, no existen los personajes planos. Si bien tienen caracteres determinados, sus matices los hacen complejos y sus decisiones también definen parte del papel que juegan en la narración. Ése es el asunto central.

Ella era muy extrovertida, sumamente sociable, de palabra fácil, aficionada a estar siempre fuera de casa y que se hiciera lo que quisiese. Él no era muy bueno para socializar, prefería la soledad, sus libros, su música y la discreción de su escritorio, fuera de los reflectores.

Él tenía momentos en los que salía de sí, entonces podía compartir con más de tres personas al mismo tiempo, intercambiar ideas, descubrir cosas nuevas. Ella tenía una enorme dificultad para verse en el espejo, se esforzaba por hacerlo, pero al final cedía a la indiferencia como un escudo.

Ambos poseían su lado oscuro. Ella solía enojarse y al hacerlo arrasaba con todos; era muy hiriente, sabía exactamente dónde dar la estocada. Él, cuando explotaba, parecía un volcán que se arrepiente casi de inmediato. Ella creía que estaba en su derecho de impedir que nadie, especialmente ningún hombre, la sobajara. Él pensaba que no estaba bien enojarse, que eso es de machos… sólo las paredes recibieron su furia, y cuando hace mucho frío, un puño adolorodido se lo recuerda sin piedad.

Aún así, decidieron permanecer juntos bastante tiempo. El suficiente para que la relación se desgastara porque ninguno se dio el tiempo de buscar cómo moldearla, hacerla crecer. Y tuvieron una hija a quien él siempre esperó con todo su amor… pero los conflictos siguieron. 

Años más tarde, llegaron a la conclusión de que todo había terminado y que, por el bien de su pequeña, era mejor separarse. Durante el proceso, en ocasiones él fue intransigente cuando ella intentó ser conciliadora. Y viceversa.

Un día, ella comprendió el mayor poder que le daba el tener a su niña y usó ese hecho en contra de él porque sabía que impedirle verla le dolía profundamente.

Luego hubo un periodo de cierta calma, aunque las discordias nunca desaparecieron: él creía que no debía permitir las agresiones y dejó por completo la postura conciliadora, para responder cada vez que ella quisiera imponer su voluntad. Fue entonces cuando ella llegó al extremo de acusarlo de un delito atroz, en una combinación de malos entendidos, rencor, numerosa información sobre chiquit@s agredid@s, miedo y consejos de terceros que ignoraban el problema. Nunca quiso aclararlo con él.

Aquel golpe lo tiró al suelo. Tardó en levantarse el tiempo que debía tardarse para asimilarlo, después su dignidad lo hizo ponerse de pie. Tardó también en entender que él también jugó un papel determinante para que las cosas llegaran a ese límite. Descubrió que no supo cómo resolver el problema de un mal final. Pero… ¿cómo hacerlo? Aún se lo pregunta.

A pesar de todo, está fuera de sus manos el que ella asuma que también cometió errores. Lo que sí está en sus manos es hacer todo lo que pueda por ayudar a su pequeña, ayudar a otros como una manera de prepararse para recibirla cuando llegue el momento, porque sabe que va a llegar: él está construyéndolo.

Con la pequeña-gran ayuda de la gente que ama y de su voluntad.

Ahora que sabes cómo ver el paisaje entero, debes saber también que conforme avances, advertirás que hay cosas nuevas que estaban fuera de tu alcance, y lo que dejas atrás estará en ti como experiencia, recuerdo y lección. Ten presente que corres el riesgo de que el paisaje te devuelva la mirada y te conmueva. Eso es lo que nos ayuda a crecer.

Te ama,

Papá


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