viernes, 3 de mayo de 2013

Los ojos del corazón


Sólo se ve bien con el corazón.
Lo esencial es invisible a los ojos.

El zorro al Principito
Antoine de Saint-Exupéry

Mi vida linda:

Las cosas siguen cambiando. Todo mejora, aunque sea difícil. Aun así, la energía sobra para ir hacia adelante: esta es la cosecha de un trabajo constante.

¿Sabes? Pocas veces te he hablado de mi padre. En realidad sé poco sobre él, porque siempre se negó a compartir su ser. Pero ahora comprendo que con todo y sus errores, algo me enseñó de gran importancia.

Cuando cumplí seis años, me regaló la primera novela que leí y que me marcó para siempre: El Principito. Es una hermosa historia de un viaje, de una búsqueda… o mejor dicho, del viaje y la búsqueda de dos seres cuyas vidas se cruzan para transformarlos.

Algo compartían que ya puedo ver: la tenacidad; uno, por reparar su aeroplano y retomar su camino; el otro, por darle a su rosa lo que le pidiera y comprender por qué las cosas son como son. Y él, si bien tuvo una infancia con carencias y dificultades, forjó un carácter que lo llevó a conseguir logros que parecían lejos de su alcance.

Recuerdo que, al ver mi fascinación por la historia, nos llevó a ver una puesta en escena en un teatro que ya no existe. Había mucha gente y nada de luz. La producción estaba ante la disyuntiva de cancelar, esperar a que pasara el apagón o ingeniárselas para dar la función.

Se decidieron por aquello que hace de las artes el vehículo del espíritu creador. Y en un recinto completamente negro, actores, iluminadores, tramoyeros y sonidistas dieron vida a la magia, improvisando con lo que tenían a su disposición: lámparas de mano, voces y ecos haciendo al viento o a la música o al fuego, pero, especialmente, pasión por lo que hacían.

Salimos felices y con un buen recuerdo para vivir.

Hoy, veo que mi padre nos dio lo que tenía… aunque no lo supiese. Todos esos viajes que hicimos por el país, donde vimos lugares que pocos podían –porque le gustaba descubrir sitios destinados a los viajeros, no a los turistas–. Todas esas mañanas de sábado para enseñarnos a andar en bicicleta o en patines. Todas aquellas tardes en que, al escuchar el sonido de sus pasos, nos preparábamos para echarnos a sus brazos y él tenía que dejar el portafolio ágil, mientras mi hermano volaba desde el sofá.

Ahora lo entiendo.

Los pasos que estoy dando. Las personas con las que me estoy encontrando. Los objetivos que estoy logrando. Todo tiene que ver con esa parte de mí que lleva lo mejor que me heredó él.

Llevamos una relación difícil. Tal vez porque somos tan opuestos en ideas y convicciones. Pero por sobre todo eso, aprendí de él a empeñarme por llegar a donde quiero.

Cuando comencé mi viaje, era El Principito; ahora soy el piloto, y he logrado reparar mi aeroplano para continuar el viaje.

Y esa nave se llama Invictus.

Todo por tu bien y el de otr@s niñ@s como tú.

Te ama,

Papá