lunes, 18 de febrero de 2013

Cuando era niño

El recuerdo, las palabras,
son ejercicios de sanación

Juan Villoro

Cada mañana empezábamos el día con un “ya levántate, cariño, arriba”. Era mamá que nos ayudaba a entrar a la vida cotidiana, preparaba  el desayuno, nos peinaba. Después, con las mochilas a la espalda, nos adelantábamos un tramo del camino, porque ella tenía que apurarse para estar lista también.

Íbamos juntos por esas calles de una colonia nueva aún sin pavimento, mirando a la gente que también comenzaba el rito diario de ganarse la vida o prepararse para ello, como nosotros. A mi madre, los vecinos le decían “ahí van los niños, ya la están esperando” y nos alcanzaba en el vestigio de un antiguo acueducto que hoy ya no existe.

En mi memoria permanece un poco difusa la imagen de nuestras sombras proyectándose en el pavimento, mientras caminábamos al metro, las decenas de personas atiborrando los pasillos, el contraste del camino a la guardería, el camellón arbolado, las casas viejas pero bien cuidadas, los edificios que anunciaban una nueva forma de vida para la clase media en la ciudad, sin jardines particulares, ni grandes espacios para jugar a las escondidas.

La colonia Condesa era completamente distinta al lugar donde vivimos mis primeros años y me gustaba mucho, era como si entrara a una ciudad distinta a media hora de camino. Cuando llegábamos al jardín de niños, todavía un poco somnolientos, mamá nos daba un beso a cada uno y se iba a trabajar.

Esa escena se repetía una y otra vez cada mañana. Mamás trabajadoras que dejaban a sus pequeñ@s por muchas razones: o eran solteras, o viudas, o divorciadas (empezaba a haberlas), o era necesario completar el gasto, o simplemente querían ejercer la carrera profesional que tanto trabajo les costó hacer.

Incluso, había pequeñ@s que vivían ahí de lunes a viernes, porque su mamá tenía que dejarlos toda la semana. A mis cuatro años, no entendía por qué debía ser así, pero tenía claro que me dolía ver a los bebés en sus cunas y saber que aquel o aquella iban a estar toda una semana sin su mamá.

Y a esta altura, seguramente habrás notado una ausencia. La de mi padre.

Él salía todos los días más temprano que nosotros, porque iba a sus clases en el IPN y después a trabajar. Nunca nos dejó en la guardería o fue a un festival o a una junta. Sólo recuerdo que en las noches llegaba, nos daba un beso y platicaba con mi mamá mientras cenábamos. Luego todos a dormir.

Era lo más común del mundo. Los papás solamente proveían y dejaban las tareas de la educación a las mamás. Su atención se reducía supervisar nuestro desempeño en la escuela y los fines de semana, tal vez jugaran con nosotros, nos enseñaran a andar en bicicleta o platicaran con nosotros y entonces podían enterarse de las cosas que nos gustaban, de nuestro héroe de historietas favorito.

Mamá nos contaba que él tenía que dedicar mucho tiempo al estudio y al trabajo porque estaba terminando su carrera profesional, tenía una beca por ser estudiante de excelencia pero si fallaba se la quitarían, por eso estaba poco tiempo con nosotros. Quizás fuera una manera de justificarlo, pero nos ayudaba a verlo como alguien especial a quien debíamos imitar. Por eso fui un alumno de altas calificaciones, que leía, sumaba y restaba desde los cuatro años. Quería ser como él, que estuviera orgulloso de mí.

Pero estuvo ausente.

Junto con otras mujeres, tu abuela trabajó por los Derechos Humanos en general y después por los Derechos de la Mujer. A ellas les debemos que hoy haya una mayor igualdad. Y todavía falta mucho por lograr. Imagínate en el caso de los derechos de los padres y madres a quienes nos impiden ver a nuestros peques.

Pero gracias a los cambios que impulsaron, hoy en día puedes ver otra escena que no existía en mi niñez (o que era demasiado excepcional): un papá solo llevando a sus niñ@s a la escuela; un papá solo jugando con sus chiquit@s en el parque; un papá solo con sus hij@s de la mano por la calle.

En una ocasión, al comenzar una junta en la guardería, la directora nos dijo: “estoy muy sorprendida, gratamente sorprendida, porque nunca había tenido una reunión a la que solamente vinieran papás; generalmente, son las mamás las que asisten, tal vez dos o tres papás, pero esta es la primera vez que solamente vienen ustedes. Los felicito, porque eso significa que las cosas están cambiando”.

Suena simple, pero así comienzan los grandes cambios.

Alguna vez escuché o leí a alguien que decía que mi generación creció marcada por Remi, una serie animada que contaba la historia de un niño en busca de su familia, un niño que vivió muchas aventuras, dificultades y pérdidas para reencontrarse con su madre al final.

Quién sabe. A lo mejor historias como ésa, junto con las circunstancias, hicieron más sensibles a muchos hombres de mi generación y de las generaciones posteriores. Lo que sí es muy claro podemos verlo  todos los días: papás completamente involucrados con la formación de nuestr@s hij@s; hombres que sabemos cambiar pañales, lavar la ropa, preparar la comida, vestir y peinar.

Hombres que sufrimos cuando nos separan de nuest@s niñ@s, al ya no poder contarles el cuento para empezar a soñar... ni ayudarles a despertar.

Te ama,

Papá

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