Hay hombres que luchan un día
y son buenos.
Hay otros que luchan un año
y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
ésos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht
Hijita:
Después de casi tres años, mamá y yo nos encontramos. Tuvimos
que hacerlo ante un juez, pero por fin lo conseguí. La experiencia fue intensa.
La conclusión, que firmamos un nuevo convenio.
Mamá insistió durante todo momento en que ella nunca me
impidió verte, como una manera de protegerse tras un escudo bastante endeble construido
por su abogado. Yo me sostuve firme, y como le dije, no llevaba ninguna
intención de pelear, sino de buscar la manera de resolver nuestros problemas y
recuperarte.
Fue una discusión larga, en la que repetía una y otra vez
ese mismo argumento, hasta que lo disolví: “Si tú no lo dices, lo voy a decir
yo: señor juez, la principal justificación de la señora para impedir el
contacto entre nuestra hija y yo, fue que me denunció ante la Procuraduría
General de Justicia por un delito que no cometí”.
Con la sorpresa en la cara, el juez preguntó de inmediato
“¿Es eso cierto, señora?”; ella respondió “¡Yo te di la oportunidad de
explicarme lo que pasó y tú me insultaste y te escondiste!”; yo reviré sereno “Eso
no es cierto y tú sabes que puedo comprobarlo”. “A ver, señora, ¿es cierto que
usted denunció al señor, sí o no?”, “Sí, es cierto”, “¿Y cuál fue el
resultado?”, “Los psicólogos dijeron que mi hija está de maravilla, que no le
pasó nada”. “Ah, ¿entonces no hubo acción penal contra usted, señor?”, “No, no
la hubo, señoría”.
“Señor, usted debe estar consciente de que la señora está en
su legítimo derecho de proteger a su hija, aunque se haya equivocado; señora,
el señor tiene derecho a convivir con su hija, porque ella los necesita a los
dos para crecer sanamente y ser una persona de bien. Si el caso se cerró y el
dictamen indicó que la niña está bien, quiere decir que pueden llegar a un
acuerdo”.
“Yo estoy dispuesto a cerrar este capítulo y empezar de
nuevo, ¿tú estás dispuesta?”, dije mirando a mamá directo a los ojos, tratando
de conectar con ella, de decirle que estoy listo para confiar. Ella me miraba con desconcierto, enojo, miedo, inseguridad, pero replicó “Sí, estoy
dispuesta”.
Sinceramente, aún me siento escéptico. He visto tantas historias
parecidas a la nuestra, que hasta que tú y yo podamos vernos a los ojos una vez
más, empezando a reconstruir nuestra relación, estaré confiado. Cuento
las horas para ese reencuentro que fijamos para dentro de unos días.
Al final, lo que vi en los ojos de mamá, me habló de una
persona confundida, tal vez atrapada… ¿en qué? No lo sé. Pero vi que realmente
estaba dispuesta a recomenzar.
El problema es que muchas veces las circunstancias se
convierten en torbellinos que arrastran la mejor voluntad. Pienso que quizás ése
sea el caso de mamá, y que es prisionera de esa espiral violenta que forman su
rencor no resuelto, la presión errónea de su familia y la mala ayuda de su
abogado.
El juez nos lo advirtió: “Ustedes están aquí sin sus
abogados para llegar a un acuerdo. La responsabilidad de ellos es ayudarlos a establecer
buenos acuerdos, no envenenarlos. Ustedes son quienes deciden por el bien de su
hija, no sus abogados”.
Cuando salimos de la oficina del juez y nos sentamos para firmar el nuevo convenio, su abogado buscó en todo momento inmiscuirse, no para aportar algo por tu bien ni para resolver de una vez por todas este enredo, sino para sentir que ganaba un caso.
Él ha inyectado demasiado veneno desde hace cuatro años.
Ojalá mamá encuentre el antídoto en el fondo de sí misma,
para que pueda liberarse de esa vorágine, de ese torbellino que le impide ver
que por tu bien y el suyo propio, está ante la oportunidad de resolver sus
problemas conmigo.
En todo caso, estoy bien preparado para lo que sea. Mi amor,
como mi perseverancia, no tiene fin.
Siempre por ti,
Papá
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