lunes, 11 de marzo de 2013

Contra el veneno



Hay hombres que luchan un día
y son buenos.
Hay otros que luchan un año
y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
ésos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht

Hijita:

Después de casi tres años, mamá y yo nos encontramos. Tuvimos que hacerlo ante un juez, pero por fin lo conseguí. La experiencia fue intensa. La conclusión, que firmamos un nuevo convenio.

Mamá insistió durante todo momento en que ella nunca me impidió verte, como una manera de protegerse tras un escudo bastante endeble construido por su abogado. Yo me sostuve firme, y como le dije, no llevaba ninguna intención de pelear, sino de buscar la manera de resolver nuestros problemas y recuperarte.

Fue una discusión larga, en la que repetía una y otra vez ese mismo argumento, hasta que lo disolví: “Si tú no lo dices, lo voy a decir yo: señor juez, la principal justificación de la señora para impedir el contacto entre nuestra hija y yo, fue que me denunció ante la Procuraduría General de Justicia por un delito que no cometí”.

Con la sorpresa en la cara, el juez preguntó de inmediato “¿Es eso cierto, señora?”; ella respondió “¡Yo te di la oportunidad de explicarme lo que pasó y tú me insultaste y te escondiste!”; yo reviré sereno “Eso no es cierto y tú sabes que puedo comprobarlo”. “A ver, señora, ¿es cierto que usted denunció al señor, sí o no?”, “Sí, es cierto”, “¿Y cuál fue el resultado?”, “Los psicólogos dijeron que mi hija está de maravilla, que no le pasó nada”. “Ah, ¿entonces no hubo acción penal contra usted, señor?”, “No, no la hubo, señoría”.

“Señor, usted debe estar consciente de que la señora está en su legítimo derecho de proteger a su hija, aunque se haya equivocado; señora, el señor tiene derecho a convivir con su hija, porque ella los necesita a los dos para crecer sanamente y ser una persona de bien. Si el caso se cerró y el dictamen indicó que la niña está bien, quiere decir que pueden llegar a un acuerdo”.

“Yo estoy dispuesto a cerrar este capítulo y empezar de nuevo, ¿tú estás dispuesta?”, dije mirando a mamá directo a los ojos, tratando de conectar con ella, de decirle que estoy listo para confiar. Ella me miraba con desconcierto, enojo, miedo, inseguridad, pero replicó “Sí, estoy dispuesta”.

Sinceramente, aún me siento escéptico. He visto tantas historias parecidas a la nuestra, que hasta que tú y yo podamos vernos a los ojos una vez más, empezando a reconstruir nuestra relación, estaré confiado. Cuento las horas para ese reencuentro que fijamos para dentro de unos días.

Al final, lo que vi en los ojos de mamá, me habló de una persona confundida, tal vez atrapada… ¿en qué? No lo sé. Pero vi que realmente estaba dispuesta a recomenzar.

El problema es que muchas veces las circunstancias se convierten en torbellinos que arrastran la mejor voluntad. Pienso que quizás ése sea el caso de mamá, y que es prisionera de esa espiral violenta que forman su rencor no resuelto, la presión errónea de su familia y la mala ayuda de su abogado.

El juez nos lo advirtió: “Ustedes están aquí sin sus abogados para llegar a un acuerdo. La responsabilidad de ellos es ayudarlos a establecer buenos acuerdos, no envenenarlos. Ustedes son quienes deciden por el bien de su hija, no sus abogados”.

Cuando salimos de la oficina del juez y nos sentamos para firmar el nuevo convenio, su abogado buscó en todo momento inmiscuirse, no para aportar algo por tu bien ni para resolver de una vez por todas este enredo, sino para sentir que ganaba un caso. Él ha inyectado demasiado veneno desde hace cuatro años.

Ojalá mamá encuentre el antídoto en el fondo de sí misma, para que pueda liberarse de esa vorágine, de ese torbellino que le impide ver que por tu bien y el suyo propio, está ante la oportunidad de resolver sus problemas conmigo.

En todo caso, estoy bien preparado para lo que sea. Mi amor, como mi perseverancia, no tiene fin.

Siempre por ti,

Papá



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